martes, septiembre 21, 2010

Expreso Estígio


El tren llegaba, tan ruidoso como siempre. La locomotora y todo el tren, negros, negros como la noche, oscuros como una nube de tinieblas. El maquinista tiraba de la bocina con brío, dejando salir un sonido ensordecedor el cual le encantaba. La estación, poblada de personas vestidas todas de gris, no tenía vida alguna: La taquilla donde se vendían los tickets estaba despoblada, los bancos estaban llenos, y no había ni seguridad policial para pillar al típico ratero que se cuela saltando las vallas. Las escaleras mecánicas subían y bajaban en sus respectivas direcciones, sin nadie ocupándolas. La luz oscura y ténue proveniente de un exterior incierto, parecido al limbo, se colaba por los accesos donde estaban las solitárias escaleras. La música sonaba a través de los altavoces, pero nadie parecía tener ningún sentimiento hacia esa canción, ni bueno ni malo, si no que se limitaban todos a mirar al frente, con los ojos incoloros, sujetando las maletas. Incoloros, así tenían los ojos: Sin vida, sin señales de color, ni un solo rastro que diera a entender que esas personas estaban VIVAS. Nadie hablaba, tan sólo se limitaban a mirar el andén fantasmal. Se podía ver la via del otro lado, despoblada totalmente, y, según la dirección que marcaba, iba en dirección contrária al tren que siempre venía para llevar a todos a su destino, el Érebo. Pero no le importaba a nadie, pues tan solo eran recipientes vacíon con ojos falsos... Sombras de lo que una vez, tan sólo unas horas atrás, eran. Muy curioso era que ningun individuo era especialmente viejo ni jóven: Todos vestían chapados a la antigua, con sombreros de copa baja y gabardinas o trajes grisáceos... Y con bonitas maletas de cuero marrón. Ni un solo niño, ni un solo anciano. El tren ensordecía el túnel con su incesante rebombório, y los frenos de aquel aparato, bastante rudimentário, cabe a decir, empezaron a rechinar, eclipsando y ganándole el pulso a la debilitada música que ya apenas se oía. Los bancos se vaciaron de repente al oir la llegada del tren, y todo el mundo se puso en pie al unisono, como si ya estuvieran entrenados para ello. La locomotora se acercaba, cada vez más, y, Caronte ( que así se llamaba el maquinista) reía, satisfecho. Ni un solo ruido de júbilo, de rabia o de alegría de ninguno de los viajeros. El tren se precipitó finalmente en el andén y los frenos definitivamente reinaron sobre toda la instalación. El reloj marcaba las doce en punto cuando el tren finalmente se detuvo. Caronte se asomó por las vallas de la locomotora y con su voz seca, ronca, tosca, con tan poca vida como el resto de toda la estación y sus ocupantes gritó:


- Pasajeros, al tren!

Y a la señal de la voz muerta de Caronte, los viajeros levantaron sus maletas y se internaron en el tren. Cuando entraron, se sacaron dos monedas de debajo de la lengua y las insertaron en una máquina que les permitía viajar sin tener miedo de que el revisor los echara. Caronte cerró las puertas y puso en marcha la locomotora, dejando de nuevo la estación, sola, sin ningún ocupante, dejando con su marcha un viento muerto y seco que revolotoeaba y rebotaba en cada rincón de la estancia. Cuando ya sólo se veia el culo del último vagón y una luz leve alumbrando un túnel, unas campanas sonaron, ensordeciéndolo todo, y muchos viajeros idénticos a los anteriores bajaron súbitamente por las escaleras mecánicas que venían de no se sabe donde. Todos tomaron asiento y dispusieron de sus maletas, protegiéndolas, siempre con esa expresión muerta en la cara y los ojos, notando el tacto frío del metal bajo la lengua, que les dejaba un sabor amargo que, por supuesto ellos no conocían, esperando al próximo tren con monotonía...

domingo, septiembre 12, 2010

Welcome Home (Sanitarium)


El hombre enfundado en su gabardina marrón siguió andando hasta toparse con la gran verja blanca. Se quedó contemplándola unos segundos, y luego volvió su cabeza hacia su derecha, donde había un interfono. Llamó al timbre, y del aparato salió una voz femenina:

- Sí?

- Doctor Stewart, llamé préviamente conforme venía a buscar material para una tésis.

- Ah, sí, habló usted con la doctora Watts, verdad?

- Así es.


Un chirrido le dió paso dentro de la instalación, haciendo ceder la puerta a su pesar. El hombre fue avanzando, y fue observando sus alrededores a medida que avanzaba. Contempló el patio, donde había hierba y un par de pistas de baloncesto donde personas jugaban. El sitio al que iba no era precisamente un sitio feliz, y parecía que para dar fe de ello, el cielo alumbraba con nubes negras el emplazamiento, cómo si se tratara de el único sitio en toda la ciudad donde había esos nubarrones, cómo un augurio... El hombre levantó la cabeza hasta encima del porche de la entrada principal, donde había un rótulo con letras grandes. El hombre lo leyó, lentamente:

- Welcome Home... Un nombre un tanto cruel para tratarse de uno de los manicómios dónde se retienen a las personas más peligrosas y más inestables del continente...

Siguió avanzando, empujando la puerta principal y entrando, pudiendo ver un pasillo no demasiado grande, pero tampoco pequeño, de paredes blancas y suelo decorado con mármol color azabache. Había varios bancos al lado de recepción, donde se encontraban algunas personas sentadas, esperando turno, seguramente... Se aproximó a recepción, donde había una enfermera atractiva, cuanto menos, de pelo castaño claro y ojos verdes, alta, esbelta, y jóven.

- Buenos días, vengo a por el---

- Sí, tranquilo, puede usted pasar, los chicos de seguridad al lado de la puerta le dejarán pasar, tan solo diga que va de parte de la doctora Watts.

- De acuerdo, muchas gracias.


El hombre dejó atrás recepción, muy a su pesar, tras haber visto la chica tan guapa atendiendo en la entrada. Pese a que las mujeres no tenían nada que ver con sus quehaceres ahí, no pudo evitar pensar si el resto de chicas serían igual de guapas. El ambiente era pesado, cómo si la presión fuera mayor en el edificio. El aire fluía de un modo distinto, más lento, y olía de un modo peculiar... En conjunto, se podría decir que se trataba de un ambiente denso, pesado. Caminó a lo largo del pasillo, viendo que a lado y lado habían algunas fotos de internados y listas con nombres de distintos pacientes. Se acercó a dos hombres jóvenes que custodiaban una puerta también blanca, que daba acceso a las instalaciones interiores, donde estaban los residentes. Habló con ellos, contándoles que venía de parte de la doctora Watts y que tenía permiso para acceder y interactuar con quién quisiera para tomar notas para su trabajo. Entró, y se quedo algo atontado: Vió un gran comedor, donde muchas personas comían. Otras deambulaban por la estancia, cerca de los cristales, observando el exterior, donde estaba el patio. Fue paseando entre mesa y mesa, mirando a cada uno de los individuos con curiosidad. Algunos actuaban de modo totalmente normal, mientras que otros hablaban con las cucharas que les servían para comer la sopa, otros usaban las servilletas para hacerse un gorro, otros estaban furiosos con la ventana... Un sinfin de personas muy distintas a él. Avanzando entre mesa y mesa, pasó a la siguiente sala, una espécie de sala de estar, donde unos jugaban a cartas, otros hablaban entre ellos o para sí mismos, otros estaban simplemente sentados en la sillas tan feas que habían. Lo que él andaba buscando era un caso peculiar de enfermedad mental, y a poder ser, un poco extrema, pero todo lo que veía se le antojaba relativamente y desde el punto de vista cuerdo, normal. Lo cierto era, por cruel que pudiera parecer, que estaba decepcionado con el comportamiento tan normal de algunos de los crminales con falta de estabilidad mental más ilustres del continente... A medida que los minutos pasaban, la mirada curiosa del hombre se tornó aburrida, dejando entrever su decepción. La sala de estar era bastante grande, pero ya se la había mirado de pe a pa. Decidió irse y volver otro día, confiando encontrar algo mejor. Se dió la vuelta y echó a andar. Cuando llevaba unos segundos andando notó algo muy caliente clavado en su espalda, algo no material, algo que ardía. Se giró, y buscó, sabiendo de qué se podía tratar. Busco en un lado y en otro, volvió la cabeza hacia distintos distintos puntos de la sala, sin resultado, hasta que en un movimiento brusco de cabeza se cruzó con una mirada tan ardiente cómo la sensación anterior. Le miraba fijamente, y podía notar cómo la mirada le corroía las entrañas. Se tratab de un hombre mayor, de unos casi 50 años, de pelo negro muy canoso y ojos azules cómo el hielo. En su cara, tenía las arrugas de los ojos muy pronunciadas, y una sonrisa retorcida en el rostro. Se acercó hasta el rincón donde estaba aquél extraño, curioso a la par que temeroso del individuo. Estuvieron a un metro y seguían mirándose del mismo modo: uno asustado y el otro divertido. Poco después, el hombre decidió tomar asiento en frente del sujeto, y sacó una libreta y un boli, se acomodó la gabardina, y se colocó bien las gafas que cubrían sus ojos verdes oscuro.

- Hola, buenas tardes.

- Buenas... Tardes, doctor. Porque hoy es una bonita tarde, no cree? - dijo el hombre exhibiendo esos ojos tan frios con esa sonrisa tan malévola.

- Sin duda, se trata de un buen día... Un poco nublado, quizás.

- Una cosa no quita la otra, señor, a mi me parece una tarde bonita.

- ... Supongo. - dijo el doctor asombrado de la seguridad con la que hablaba su interlocutor y la cordura que transmitían sus palabras, que salían de una boca con una voz algo ronca, grave.

- Dígame, doctor, cuál es el propósito de su visita a un lugar como éste?


Carraspeó un poco y se decidió a contestarle:


- Vengo en busca de datos para una tésis doctoral. Sabe lo que es una tésis?

- Por favor, doctor... - Dijo el hombre fingiendo indignación- Por supuesto que sé lo que es una tésis.

- ...

- Dígame, dónde se graduó usted?

- En Harvard.

- Así que es usted de buena familia?

- Bueno, en mi casa jamás faltó el dinero.

- Un hombre afortunado, sin duda.


A medida que ambos hablaban, el doctor no sabía si sentirse enfermo al lado de la elocuéncia con la que hablaba el otro conversante o, de otro modo, extrañamente sano. El hecho de que aquél hombre con el que hablaba estuviera encerrado le daba a opinar dos argumentos totalmente opuestos, contradictórios, y sin razón: Por un lado, en aquella voz ronca, aquellos ojos, y aquella sonrisa veía un motivo aparente por el cuál aquél hombre estaba ahí... Sintiendo maldad a través de cada uno de sus gestos y palabras, acompañadas por una educación antinatural y decoradas por aquella sonrisa cruel pintada en los labios. Por otro lado, se sentía sumamente fascinado por el modo de argumentar de aquél individuo que se le reveló interesante para su trabajo, pero no podía negar que algo de miedo sentía hacia él... Tras momentos de cavilación, se atrevió, algo dudoso, a lanzar la pregunta que tantas ganas tenía de hacerle:

- Dígame, señor...

- Zaitsev.

- Señor Zaitsev. - Dijo repitiendo su nombre- Por qué motivo está usted aquí encerrado?

La pregunta causó en él una risa incontrolada, que hizo que hasta le saltaran las lágrimas de la risa. Una parte de la gente de la sala les miraba, curiosa. Alguno de los espectadores empezó a decir algo como que la cabra se había metido en el mecánico, o otro que empezó a gritar que el fútbol no era deporte para ratas... Otros simplemente gritaban aterrorizados. El doctor se sentía ciertamente incómodo, pero parecía que el señor Zaitsev estaba más que acostumbrado. El ruido fue cesando, y retomaron la conversa:

- Volviendo a lo que le decía antes, doctor... Estoy aquí por homicídio. Era asesino en serie, y solía matar niños. Por otro lado, soy esquizofrénico.


El doctor quedó petrificado ante la tranquilidad con la que lo había dicho aquél hombre. En el momento en que se lo dijo, perdió el pulso y hizo un tachón en la hoja en la que estaba tomando nota. Volvió la cabeza lentamente, y miró al hombre con unos ojos temerosos, detrás de los cristales de las gafas, que no podían ocultar su miedo. Zaitsev se mostraba frío y igual de sonriente.

- Tranquilo, estoy en rehabilitación. Estoy ''curado'' - Dijo intentando ocultar una risa cruel sin éxito.


Recobrando el sentido, el doctor aspiró aire, y lo soltó. Decidió volver a la carga.

-Cuantas vítimas, en total?

- 23

- Y lo de su esquizofrénia?

- Es un caso grave, o eso dicen los que me atienden. Por ese motivo, me medico. Ahora mismo soy inofensivo, el problema es cuando pierdo constáncia de mi yo para dejar salir al destripador que dió que hablar a la policía.

- ... Así que se trata de esquizofrénia, puesto que es consciente de sus cambios de personalidad.

- Sí, no es ningun trastorno bipolar, de lo contrário, yo no sabría que hay otro ''yo'' en mi.


El doctor iba tomando nota de todo, con calma. El rasgueo del boli contra el papel y el silencio profundo tras cada palabra de aquél asesino creaban una situación incómoda para él.

- Por cierto, doctor, no me ha dicho usted su nombre...

- Matt Stewart.

- Un placer, señor Mathew.

- Matt, por favor.

- Matt pues.


La mañana transcurrió lenta. Estuvieron hablando un buen rato, hasta que a las 15:00 se despidió de él para ir a comer algo. Sacó los apuntes mientras esperaba que su menú de comida basura ( comió en un Burger King) llegara. Fue repasando cada línea, recordando sin poder evitarlo la cara de aquél homicida chalado. Los gestos, el modo de hablar.... Le hacía sentir escalofríos, miedo... Pero de algún modo, se sentía obsesionado por todo el conjunto. Por la tarde, decidió volver al manicómio a hablar un poco con el sujeto. Caminó, haciendo todo el recorrido de nuevo hasta donde antes había encontrado a su mina de oro para la tésis. Lo encontró en el mismo sitio, pero lo notó muy distinto.

- Señor Zaitsev?

- Qué carajo quiere?

Le temblaban los brazos, y de tanto en tanto exhibía una sonrisa retorcida, cómo un tick nervioso.

- Disculpe? Había quedado con usted para hablar de nuevo...

- Tu madre es una zorra, y un día la voy a violar, sé que le gusta... - Dijo en medio de una risa aguda.

- Disculpe? Se encuentra usted bien?

- A tu hermana también me la voy a follar, yankee de mierda.


El doctor Stewart se levantó y fué a hablar con la enfermera de guardia, preguntándole por la medicación del señor Zaitsev. Ésta negó con la cabeza, diciendo que no le habían dado su correspondiente dósis a la hora determinada. Mientras la enfermera iba a por los medicamentos, el doctor se apresuró a la sala, temiendo lo peor. Seguía sentado ahí, iracundo, tembloroso, esquizofrénico perdido.


- Escuche, ahora mismo traerán su medicamento, tiene que relajarse...

- Tú no sabes nada... TÚ NO SABES NADA...


La mirada furiosa del aquél enfermo se le clavaba en los ojos, sintiendo una vez más cómo le corroía. El señor Zaitsev se levantó.

- Tengo que beber agua, me das agua, por favor?

- p-pero...

- No tienes agua? Quieres que le diga a mi amigo que te mate y que se cargue a tu familia?

- Joder, esto se me escapa... ENFERMERA!!

- Fíjate cómo grita éste apuesto doctor, Thomas, no te hace gracia el terror que transmite? A mi me resulta sencillamente sublime... Qué dices? Que no te cae bien...? Pues es una lástima, yo le tengo cierto cariño...

- Dónde está la puta medicación?!

- CÁLLATE HIJO DE PUTA! No ves que no escucho a mi amigo? Qué? Matarle? No digas bobadas, Thomas! Sí, en cambio, matar a Will sí que sería divertido...


El hombre de casi cincuenta años empezó a correr, extasiado, y riendo a carcajadas. Iba desarmado, pero la situación era realmente preocupante...

- No, no! SEÑOR ZAITSEV! SEÑOR ZAITSEV!


El doctor echó a correr detrás de él, pero fue muy tarde: Se había abalanzado sobre un hombre que iba en silla de ruedas, derribándolo de ésta. Le arrancó la túnica del pecho y empezó a arañarle y a morderle, gritando y riendo fuerte. El doctor se abalanzó sobre él, arrancándole de su víctima, que sangraba por la barriga. Rebotado, se volvió hacia el que lo había sacado de su éxtasis e intentó agredirle. Tenía la boca llena de sangre, y daba repulsión. Empezó a pegarle en la cara, rompiéndole las gafas. Llevaba ya unos segundos golpeándole en la cara cuando aparecieron la enfermera y dos guardias que lo redujeron mientras la enfermera lo sedaba. Aliviado de que se lo hubieran quitado de encima, se palpó la cara, notando hinchada una de las mejillas. Se quedó ahí un poco más, esperando a que el señor despertara. Estaba en la misma estancia que él, una habitación muy pequeña cerrada por una pierta firme de acero chapado y donde tan solo había una cama, esperando pacientemente... Hacia las 8, el señor Zaitsev se despertó, extrañado por las circunstáncias en las que se encontraba...


- Doctor Stewart? - Dijo con la voz temblorosa a causa del sedante que se le había administrado, que lo había dejado algo atontado.

- Buenas tardes, recuerda algo?

- Eh? Qué está usted diciendo?


Le explicó lo sucedido, y el paciente se disculpó. Mantuvieron una charla larga e interesante, en la cuál lo único incómodo era esa sonrisa cruel que se le dibujaba a veces en la cara. El miedo seguía presente en el doctor, pero cada vez menos. Quedó sumamente impresionado de lo peligrosa que puede ser una persona con trastornos esquizofrénicos, pudiendo ser a la vez tan educada y culta, y al mismo tiempo tan excéntrica y psicópata. El doctor Stewart pidió que se le quitara la camisa de fuerza, y así fue. Estuvieron un rato juntos, y, a la despedida, el señor Stewart ya no sentía más motivos para temerle, sabiendo que lo habían medicado. Justo cuando iba a salir por la puerta de hierro blanca, notó cómo unas manos se cerraban alrededor de su cuello y lo derribaban al suelo. Después, notó ls mismas manos rebuscando algo en los bolsillos, sacando un bolígrafo de estos. Sonriente, histérico y 100% feliz sumido en un nuevo éxtasis aún más profundo que el anterior, el señor Zaitsev empezó a apuñalarle una vez y otra con el bolígrafo, y aunque ya estaba agonizando y en breve iba a morir, seguía... Le quitó a ropa, lo tumbó en la cama, y le puso la misma camisa de fuerza que llevaba él hasta hacía unos minutos. Se golpeó un par de veces en la cara contra la pared hasta conseguir la hinchazón parecida a la de un puñetazo. Se vistió con la ropa, se puso sus gafas, y salió sonriendo, expresando esa risa tan cruel y fría. Abandonó la estancia, dejando a solas al doctor con sus últimos minutos de vida. Éste, pensó resignado en cómo de inteligente puede ser una persona enferma, habiéndole superado pese a estar totalmente sano de cualquier trastorno mental. La sangre se derramaba por debajo de la camisa de fuerza, dejando una marca roja en esta, mientras la cama se teñía lentamente de rojo, la misma cama que contenía un pobre ingénuo vencido por la buena voluntad...




P.D: Título de la entrada sacado de la canción de Metallica, Welcome Home ( Sanitarium)

domingo, septiembre 05, 2010

Ansias NO argumentadas.


Y es que cuando te fuerzas, no lo consigues, no hay modo... Te sientas en la silla, sintiendo que quieres escribir algo para llenar ese agujero llamado ansia, pero a la que le das a nueva entrada, las cosas cambian para muchos, sobretodo si eres uno de esos que les gusta improvisar. La página siempre será la misma, pero... Nosotros no. Una experiencia fugaz que nos de lo que nos falta para escribir un buen relato. Una sensación que haya sido breve pero intensa. Una frase bien argumentada que nos haya hecho reflexionar e inspirado algo... Mil millones de formas de inspiración ARGUMENTADA... La cosa es cuando te apetece escribir gratuitamente. Empiezas con un relato, y no lo acabas, no estando completamente satisfecho. Borras. Escribes otro. Vaya porquería. Miras al ordenador con indignación, sabiendo que éste no tiene la culpa. Las personas son inestables, tienen recuerdos que les vienen como un flash y desaparecen del mismo modo, tienen memoria selectiva, tienen SENTIMIENTOS. Un día uno se sienta ( desde mi punto de vista preferiblemente por la noche), y tal cuál se ha sentado a escribir, le ha dado a nueva entrada y las manos escriben solas. Un bonito paisaje marino acompañado por personajes turbados, con una trama que tiene gancho, una casa enorme dispuesta a ofrecernos temores inimaginables, un bosque misterioso poblado por seres no menos misteriosos... Histórias memorables, de esas que curiosamente gustan a uno mismo y a los que la leen, de esas que te dejan profundamente satisfecho y saciado, de esas que te lees día sí y día también pensando que podrías escribir así de bien siempre. Lo peor es recordar que hay noches que ese mecanismo curioso se activa y te da la tan perseguida inspiración para saciar la comunmente conocida, archienemiga, ansia de satisfacción. Nada más lejos de la realidad... Porque en el momento que uno piensa eso está pasando por alto la constáncia y el límite de la inspiración humana, muy limitada a momentos y desbordante en otros, siempre potenciada por los sentimientos, que pueden sentar como un auténtico éxtasis, un chute que te da un subidón, y si te preguntan por el bajón de luego contestas que te da lo mismo, total, te has quedado satisfecho y saciado... Como si de una droga real ( que yo diría que es incluso más real que las que existen) se tratara. Lo curioso es que cuanto más gratuitamente intentes escribir, más verás cómo se te escapa el tren, siendo tú un trabajador dormido que lo pierde con las maletas en la mano corriendo detrás de él, apretando con fuerza y furia el botón para abrir las malditas compuertas que te dan acceso a tu medio de transporte personal e intransferible que te lleva a un destino peculiar: La inspiración. Evidentemente, en ese tren en el que te preparas un buen argumento, no irás acompañado de cualquiera. Irás acompañado de quién TÚ quieras: Una chica muy guapa, un buen amigo, un agudo enemigo, una persona malvada sin razón de ser, un sentimiento que a través de la imaginación mientras vas en el trayecto a la inspiración te ha ayudado a aconseguir plasmar ese miedo o ese sentimiento hasta un punto insospechadamente real... Plasmar algo de ti, una carencia, una virtud... Un pequeño reflejo de ti, vamos... Porque de algún modo, está relacionado contigo... Una vez más, nada más lejos de la realidad, puesto que el trabajador pierde ese tren mientras pulsa el botón un 80% de las veces que lo intenta, llegando a la hora por los pelos a escribir algo decente, estando el pobre trabajador mal arreglado, cansado, echo polvo, habiendo cogido taxi en vez de ese bonito tren... Lo que se dice ''un apaño'', vamos. Todo sea, todo, todo, todo, por un momento de paz con uno mismo sabiendo que has escrito algo mínimamente decente. A algunos os parecerá curioso el relato, sintiéndoos identificados... Otros, pensarán que el mamarracho detrás de la pantalla se aburría mucho... Pero, sinceramente, lo más curioso de la situación es que cuando uno no encuentra la inspiración para escribir ese algo mínimamente decente y sin querer resignarse a coger ese taxi que dice claramente que has llegado tarde, y se nota. Qué hace uno cuando llega tarde y pasa de resignarse a coger ese taxi? Se resigna a despotricar contra la situación. En conclusión: Maldita INSPIRACIÓN!... Pero, entre nosotros, el caso del trabajador resignado a NO coger ni siquiera el taxi y que se dedica a despotricar contra su própio error, no es mi caso, verdad? ( cara intrigada por conocer la respuesta)