miércoles, abril 06, 2011

Estabilidad


La mano se movía poco a poco con la carta en ella, procurando no generar ninguna corriente de aire que pudiera romper el equilibrio de su pequeña pero firme obra de ingeniería. El castillo de naipes al cual iba a añadir una estructura más se levantaba, amenazando con caer en cualquier momento... Sin embargo, el as de picas en la mano del niño se desplazaba muuuy lentamente, pero fuera de toda duda que pudiera alejarle de su objetivo. Los ojos azules repasaban cada movimiento que su mano hacía lentamente para no derribar aquella obra de la que tan orgulloso estaba por ser la primera vez que llegaba tan lejos. Sin quererlo, generó algo de corriente con la mano y el castillo osciló. Asustado, el niño se quedó muy quieto y tragó saliva, sin hacer un gesto. Aliviado al ver que nada sucedía, se atrevió a mover la mano un poco más. Poco a poco, fue depositando la carta encima de otras dos que hacían punta y permitían colocar una de modo horizontal. Haciendo un gesto triunfal con el puño pero lo suficientemente flojo como para no desmoronar el castillo, el niño saboreó el momento de victoria y echó mano de dos de las pocas cartas que ya le quedaban por poner. El final se acercaba y eso le entusiasmaba. Avivado y ardiendo en ansias por obtener otro logro parecido, poco a poco fue colocando las dos cartas en un extremo de las que estaban en horizontal, para dar lugar a una nueva base en la que colocar otro piso. Esta vez movió las manos demasiado rápido, y del castillo se desplomaron tres de los cinco pisos, quedando los dos más bajos intactos de puro milagro. Quedándose desorientado con sus dos cartas en la mano, el niño contempló la ruina de su trabajo. Enfadado y indignado, dió un golpe a lo que quedaba de su castillo de fantasía, derribando lo que momentáneamente había sido un exponente potencial de su orgullo. Viendo el caos de los naipes en el suelo y sin gato risón que pudiera darle amparo o consejo para rehacer todo el destrozo, se resignaba a escuchar la estridente voz de la reina de corazones que chillaba a voces: ''Que le corten la cabeza...!!''. Se trataba de que su mundo particular de las maravillas había volado, literalmente, a modo de fragmentos de ilusión, divididos en naipes de distintos colores y símbolos. Cruzado de brazos, con el ceño fruncido y los labios apretujados, mirando con furia las cartas abatidas por el barrido de indignación realizado por él mismo... Olvidadas, las cartas yacieron en el suelo cerca de un día antero, hasta la tarde siguiente. El niño decidió que ante tal enfado era preciso dejarlas tiradas, sin ni siquiera recogerlas, pues ése era su castigo, ya que él no era el culpable, sinó los naipes, que se oponían a sus designios. A la tarde siguiente, correteando por casa con su avión de juguete y simulando como que volaba, pasó por accidente por delante de todo el desperdicio de cartas desperdigadas aquí y allá y se quedó quieto, plantado ahí, mirando con curiosidad el suelo. Un sentimiento de compasión de lo más humano se apoderó de él y decidió recoger todas las cartas y ponerlas sobre la mesa ( Pobres, habrían pasado mucho frio en el suelo). Las cartas reposaban sobre la mesa, y el niño las miraba en silencio con cara de reproche. El tic-tac del reloj sonaba impasible, acompasando los latidos de su pequeño corazón... Tras una breve pausa de reflexión, las cogió todas y hizo pequeños montones, decidiendo que no solamente era apropiado recogerlas, sinó que además, como todo el mundo, aquellas cartas merecían una segunda oportunidad. Pacientemente y sabiendo por experiencias pasadas el riesgo que corría al reempezar la arriesgada tarea, se puso manos a la obra con cierto recelo pero innegable ilusión a levantar de nuevo el castillo de naipes de sus fantasías, aquel del que podría estar tan orgulloso por que había hecho con sus propias manos... El pobre no sabía la de miradas de reproche más que le lanzaría a las cartas, sin llegar a construir el castillo entero, siempre quedándose muy cerca y estando totalmente convencido de que los culpables eran los naipes. Uno siempre es más feliz en la ignorancia... O eso dicen.