
- Déjame ser Shakespeare hoy. Déjame encarnar su pluma. Déjame sentir sus personajes. Dame esa poderosa imaginación capaz de plasmar hasta el más doloroso de los dramas, hasta las más acertadas preguntas y afirmaciones sobre nuestra propia existencia. Déjame vivir mirando de frente a una calavera y en un momento de cuestionamiento hacia uno mismo, preguntarme con el corazón corrompido por la duda si ser o no ser es la cuestión, con la sensación de que el montón de huesos inerte entiende lo que digo. Déjame sentir que los sentimientos me han traicionado y que me resigno a mi irremediable soledad a la luz de una luna, que todo lo ve y ampara, acompañado y observado por los oscuros ojos de una blanca calavera. Tan triste, tan solo, tan mio, tan singular y perfecto para un final digno de mención en soledad. Quizás todos algún día podemos imaginar ser Pablo Neruda e imaginar, de capa caída, que somos capaces de ''Escribir los versos más tristes esta noche''. Un Prometeo encadenado, una Antígona. Un Romeo sin Julieta, un Tristán sin Isolda. Tan solo la parte incompleta del cuento, un 50% garantizado por la aflicción. Tener la sensación de vivir detrás de un telón rojo de terciopelo, interpretando tragédias ante la sorprendida y expectante cara del público, con una bonita máscara blanca triste, metiéndonos en cada frase, en cada ambiente, por distinto que pueda ser. Vivir encerrado en un drama? Suena demasiado dramático. Quizás deberíamos invocar otro tipo de poder en nuestros momentos de bajón, poderes que quizás en ese momento no imaginamos, pero que serían el doble de conciliadores... Hoy, te pido que me des el poder para poder cerrar el libro sin que acabe siendo un Orfeo que mire atrás en su salida del infierno.
( Irritada) - Shhhh...! Calla hombre! Quién es el actor, tú o ellos?
( Saliendo de trance) - Eh...?
( Divertida) - Pero tú en qué mundo estás?
( Desconcertado) - Ehhh...
La risa escapaba de los labios rojos de la jóven chica. El pelo de color negro como la noche y de ojos almendra... Y las mejillas... Aquellas mejillas rosadas como un melocotón de agua maduro ardían. La contemplaba, atónito, siguiendo sumergido en el sueño. No era consciente de si soñaba o no. Alargó el brazo poco a poco, hasta depositar su mano en la mejilla. La acarició con los ojos cerrados, como quien quiere disfrutar de pasar la mano desnuda por un campo de trigo. Cada centímetro de su cara... Fue desplazando la mano, hasta dejar caer poco a poco un dedo por los labios, muy poco a poco. Los dos se miraron, sumidos en un arrebato de pasión surgido de la nada... De aquellas pequeñas cosas que tanto gustan. Mirándose intensamente, clavándose los ojos el uno al otro, dejando pasar los segundos, y éstos parecían horas... Un éxtasis profundo, tan pasional como cualquier otro. Un señor que se desplazaba elegantemente por el plató delante del telón y habló con su voz grave por el micrófono rompió la atmósfera:
- Señoras y señores, tengo el gusto de anunciarles que la obra que tanto estaban ustedes esperando se iniciará ya mismo. Por favor, disfruten de la velada.
Las risas, las conversas en voz baja, las miradas curiosas a las alcobas y a las tribunas... Todos y todo a una miraron expectantes al escenario. Poco a poco, los focos de luz ténue se apagaron y el telón de terciopelo rojo fué descorriéndose poco a poco ante las caras expectantes del público...